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BARCELONA APAGA LOS PUB CRAWLS EN 2025

por Jaime Sanhueza Sanhueza
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El fin de una práctica turística masiva

Barcelona ha dado un paso firme hacia una nueva gestión de su vida nocturna.
El Ayuntamiento anunció la prohibición total de los recorridos organizados de bares —conocidos como “pub crawls” en toda la ciudad, medida que entra en vigor este noviembre y que extiende a todo el territorio municipal las restricciones que desde 2012 ya regían en el distrito de Ciutat Vella y, más recientemente, en el Eixample.

El decreto, publicado en el portal oficial del consistorio y ratificado por la Guardia Urbana, prohíbe organizar, vender, promocionar o participar en rutas de consumo de alcohol en grupo, sin importar el horario. La resolución forma parte del plan Barcelona Convivència 2025, un programa integral de convivencia ciudadana que busca equilibrar el turismo con la vida local.

Según el comunicado municipal, el objetivo es proteger el derecho al descanso de los vecinos, evitar concentraciones descontroladas y promover un ocio nocturno más responsable.

Una ciudad que cambia su relación con la noche

Barcelona ha sido, durante dos décadas, una de las capitales europeas del turismo joven y nocturno.
Los “pub crawls” —rutas guiadas por bares y discotecas con precios fijos e incentivos al consumo rápido— se convirtieron en una industria paralela que, si bien atrajo visitantes, también generó conflictos por ruido, seguridad y descontrol en barrios residenciales.

El nuevo decreto extiende las sanciones a empresas promotoras, guías turísticos y establecimientos que participen o colaboren con estas rutas. Las multas pueden llegar a los 6.000 euros y aplican incluso a la publicidad digital de estos eventos.

Desde el Ayuntamiento aseguran que la intención no es “criminalizar el ocio”, sino reordenar los espacios de consumo para proteger tanto a los vecinos como a los bares formales que cumplen la normativa.

Foto de Isabella Mendes

El bar como actor de convivencia

El impacto de esta medida va más allá del turismo. En una ciudad reconocida por su alta cultura de barra —con cinco locales en la lista World’s 50 Best Bars 2024—, la prohibición marca una reflexión sobre el rol social del bar contemporáneo: de punto de consumo masivo a espacio de experiencia, gastronomía y cultura local.

Muchos propietarios de bares han apoyado la medida, argumentando que los “pub crawls” distorsionan la percepción del bar como espacio de hospitalidad y no como un mero punto de venta de alcohol. Otros, en cambio, advierten que la normativa debería diferenciar entre operadores ilegales y proyectos turísticos con enfoque cultural o gastronómico, que aportan valor al circuito de coctelería local. Esa es siempre una de las mayores peleas con estas legislaciones.

Entre la regulación y la educación

El decreto de Barcelona no es un hecho aislado.
Ciudades como Ámsterdam, Praga o Dublín ya han implementado restricciones similares para frenar el llamado binge tourism —turismo de borrachera— que deteriora la convivencia urbana y daña la imagen de los destinos.

Sin embargo, expertos en hospitalidad señalan que la regulación por sí sola no basta: debe acompañarse de políticas educativas y de consumo responsable.
En el caso catalán, el Ayuntamiento complementará la medida con campañas informativas en aeropuertos, hoteles y plataformas turísticas, orientadas a fomentar el “turismo respetuoso”.

Para los bares, esto abre un nuevo desafío: cómo adaptarse a un visitante que busca experiencias auténticas, pero dentro de marcos más regulados y conscientes.

Lecciones para América Latina

Desde la distancia, lo ocurrido en Barcelona puede leerse como una señal temprana de un cambio global en la relación entre turismo y alcohol.
En ciudades latinoamericanas como Valparaíso, Cartagena o Ciudad de México, la vida nocturna también enfrenta tensiones entre identidad cultural, seguridad y regulación.

El caso catalán muestra que las autoridades pueden intervenir en la experiencia de bar no solo desde la fiscalización, sino también desde la planificación urbana.
Y, para la industria, plantea una oportunidad: reposicionar el bar como embajador de cultura local, no como punto de paso entre tragos rápidos.

Foto de cottonbro studio

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