La ley Volstead o La Ley seca es el período entre 1919 y 1933 donde, en Estados Unidos, se prohíbe la fabricación, transporte, importación, exportación y la venta de alcohol para el consumo humano. Es también conocido como la época de la Prohibición. Si bien se conoce como la Ley Volstead, en honor al presidente del Comité de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de Asuntos Judiciales, éste actuó más que nada como un promotor y facilitador de la ley, pero fue Wayne Wheeler quién concibió y redactó la ley.
Tuvo adeptos en esos entonces tan variables que van desde el Movimiento de la Templanza de las Mujeres Cristianas (Christian Women’s Temperance Movement) hasta el Ku Klux Klan.
Es una época oscura si se quiere ver de cierta forma, considerando que el mercado negro creció exponencialmente. Aquí aparecen figuras tan emblemáticas como Al Capone, de quién se han realizado innumerables películas.
Para algunas personas, esto produjo que la coctelería durante ese periodo y después de finalizada, cambiara notablemente. Ser bartender estaba prohibido y muchos de los más famosos bartenders de la época tuvieron que emigrar a Europa o el Caribe y fueron transformando y transformándose con los nuevos productos que tenían en mano.
La famosa enmienda XVIII fue ratificada en 1919, pero entró en vigor el 16 de Enero de 1920 y se derogó el 05 de Diciembre de 1933 con la enmienda XXI.
Quizás en esta época es difícil pensar que esto ocurre en países completamente globalizados, pero en ese entonces ¿Por qué fue necesaria esta ley?
En los Estados Unidos había existido desde el comienzo del siglo XIX un Movimiento por la Templanza (o Temperancia), entendida primero como moderación en el comer y en el beber, luego como prohibición total de consumir alcohol, y finalmente como una condena de todo lo relacionado con el alcohol, especialmente la industria que lo producía y lo vendía. A lo largo del siglo XIX diversos líderes religiosos de iglesias protestantes, populares entre las masas anglosajonas del país, habían insistido públicamente en regular el libre consumo de alcohol, al cual culpaban de diversos males sociales.
El incremento de la inmigración a los Estados Unidos desde 1850 puso a los líderes religiosos estadounidenses en contacto con amplias masas de inmigrantes extranjeros que no compartían sus opiniones respecto a la restricción del consumo de licores. Los inmigrantes irlandeses, alemanes, y de Europa Oriental habían traído sus propias costumbres domésticas más tolerantes hacia el consumo de alcohol, mientras que los predicadores protestantes más conservadores (mayoritariamente anglosajones) insistían en que los recién llegados adoptarían una opinión contraria al libre consumo de licores.
Y aunque la producción comercial de vino estaba prohibida, no fue impedida la venta de jugo de uva, que se vendía en forma de ―ladrillos semisólidos (llamados bricks of wine) y era utilizada para la producción casera de vino, aunque sus fabricantes indicaran en sus envases que los clientes deberían impedir la fermentación del jugo para así no violar la ley. Como dice el dicho: ―Hecha la ley, hecha la trampa.
El alcohol, no obstante, continuó siendo producido de forma clandestina y también importado clandestinamente de países limítrofes, provocando un auge considerable del crimen organizado. De hecho, hubo numerosos casos en donde ciudadanos compraron licor masivamente durante las últimas semanas del año 1919, antes que la ley entrase en vigor el 17 de enero de 1920, para así atender el consumo propio: si bien la ley impedía la oferta de alcohol, la demanda de éste no había desaparecido.
La persistencia de la demanda por bebidas alcohólicas estimuló la fabricación y venta de licores, que se convirtió en una importante industria clandestina; la ilegalidad de esta práctica causó que el alcohol así producido adquiriese precios elevadísimos en el mercado negro, atrayendo a éste a importantes bandas de delincuentes. Un buen ejemplo de esto fue Al Capone (inspiración de infinidad de películas, tales como Los intocables de Eliot Ness), y otros jefes de la Mafia estadounidense que ganaron millones de dólares mediante el tráfico y la venta clandestina, expandiendo sus actividades criminales a casi todo el país, e involucrando la corrupción de numerosísimos funcionarios y policías encargados de hacer cumplir la ley seca.
Muchos de los delitos más serios de la década de 1920, incluyendo robo y asesinato, fueron resultado directo del negocio clandestino de alcohol que operó durante la ley seca. El propio Capone llegó a influir directamente sobre varios barrios de la ciudad de Chicago para que se le permitiera continuar su negocio ilícito a cambio de sobornos o amenazas, mientras su banda (junto con decenas de otras) luchaban violentamente entre sí a lo largo del territorio estadounidense para controlar el muy lucrativo tráfico de alcohol.
EL ESPERADO FIN DE LA LEY SECA
Durante la década de 1920 la opinión pública dio un giro, y la gente decidió que había sido peor el remedio que la enfermedad. El consumo de alcohol no sólo subsistió, sino que ahora continuaba de forma clandestina y bajo el control de feroces mafias. En vez de resolver problemas sociales tales como la delincuencia, la ley seca había llevado el crimen organizado a sus niveles más elevados de actividad como nunca antes se había percibido en los EE. UU. Antes de la prohibición había 4000 reclusos en todas las prisiones federales, pero en 1932 había 26 859 presidiarios, síntoma de que la delincuencia común había crecido gravemente, en vez de disminuir. El gobierno federal gastaba enormes cantidades de dinero tratando de forzar la obediencia a la ley seca, pero la corrupción de las autoridades locales y el rechazo de las masas a la Prohibición (demostrada por el hecho que el consumo no disminuía) hacían más impopular sostener la ley Volstead.
El millonario John D. Rockefeller, quien había apoyado la veda en 1919, comentó inclusive en 1932: ―En general ha aumentado el consumo de alcohol, se han multiplicado los bares clandestinos y ha aparecido un ejército de criminales‖, declarando que su opinión había cambiado al respecto. El grave aumento de la violencia delictiva en Estados Unidos impulsó que a partir de 1930 en la opinión pública se culpara a la ley seca (y no al consumo de alcohol) como causante del aumento de la criminalidad.
En 1932 el Partido Demócrata incluyó en su plataforma la intención de derogar la ley seca, y Franklin Roosevelt dijo que, de ser elegido presidente, derogaría las leyes que aplicaban la ley seca. Se estima que hacia 1932, tres cuartos de la población favorecía el fin de la veda. El Crac del 29, parte de la llamada Crisis del 29 o también conocida como La Gran Depresión, había estimulado al gobierno federal para buscar nuevas fuentes de financiamiento de impuestos, mientras que otros consideraban a la industria del alcohol como un posible factor dinamizador de la deprimida economía estadounidense, además de ser capaz de generar nuevos puestos de trabajo.
El 21 de marzo de 1933 Roosevelt firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizaba la venta de cerveza que tuviera hasta 3,2 % de alcohol y la venta de vino, siendo aplicable a partir del 7 de abril de ese mismo año, derogando la ley Volstead. Meses después diversas convenciones estatales ratificaron la Enmienda XXI a la Constitución de Estados Unidos, que derogaba la Enmienda XVIII. La nueva enmienda fue ratificada el 5 de diciembre de 1933 por el Senado de EE. UU.